lunes, 27 de febrero de 2012

El buen salvaje o el combate tras el arbusto. Sobre "El Ingenuo" de Voltaire

“Yo viví hurón durante veinte años. Se dice que los hurones son bárbaros porque se vengan de sus enemigos; pero jamás hacen daño a sus amigos. Apenas puse el pie en Francia, vertí mi sangre por ella; [...] como recompensa se me arroja en esta tumba de vivos, donde, sin vos me habría muerto de desesperación. ¿No hay, pues, leyes en este país? ¿Se considera a los hombres sin oírles?”
El Ingenuo, VOLTAIRE 



El cuento como realidad encubierta

Érase una vez en la Baja Bretaña, paseando por la playa, el prior de Nuestra Señora de la Montaña y su hermana, la señorita Kerkabon. Mientras recordaban antiguas anécdotas, un barco inglés atracaba en el puerto. De él descendía un extraño joven que les saludaba cortésmente, al contrario que el resto de sus compañeros, y les ofrecía agua de las Barbadas. La pareja no lo sabía aún pero se encontraban ante un hurón. ¿Cómo habría llegado hasta allí y por qué se les acercaba desinteresadamente? 

En el S. XVIII, el cuento era un género menor. La novela y el ensayo empezaban a tomar fuerza entre una clase media incipiente ávida de lectura. Sin embargo, el cuento era el que se adaptaba a la perfección a aquello que Voltaire quería transmitir.

El Ingenuo se publicó en 1776 y sólo ocho días después se prohibió y retiró la edición. La censura formaba parte de la vida literaria del autor, que pasaba gran parte de su tiempo negociando con imprentas clandestinas de varios países europeos. De esta forma, el precio de los ejemplares subía desorbitadamente. 



Grabado que muestra el estereotipo de hurón
Las historias “fantásticas” servían al escritor para encubrir una realidad escondida tras personajes tipo a la manera del cuento tradicional: el héroe protagonista, la delicada pero intrépida dama de la que se enamora, los enemigos, el amigo fiel... En el caso de El Ingenuo se traslada la acción a una época perfectamente definida. Voltaire no escatima en detalles temporales ni personales, luego no era difícil identificar en la vida real a los personajes satirizados.

Para escribir este cuento, Voltaire se basa en manuscritos del padre Quesnel, teólogo jansenista. El protagonista le sirve de excusa para exponer el tema principal: el conflicto y la posible conciliación entre la ley natural y los efectos de la civilización.

La estructura se respeta en todo momento, lo que además resulta muy útil, puesto que las partes de tensión, donde le ocurren todo tipo de actividades imaginarias al Ingenuo y sus defensores, ayudan sutilmente a introducir los periodos de distensión en los que el autor aprovecha para exponer sus reflexiones e ideas filosóficas a través de conversaciones entre personajes. Esta mezcla de la realidad y la ficción supone una importante innovación del género que se ha denominado cuento filosófico.


La ley natural y la civilización

El Ingenuo representa el personaje de héroe protagonista obedeciendo al tópico del cuento fantástico tradicional. Se trata de un joven hurón, un nativo canadiense, que es apresado por los ingleses y traído hasta las costas de la Baja Bretaña francesa.

El bon sauvage, o buen salvaje, era un tema recurrente desde principios del S. XVIII para escritores y dramaturgos. Se trataba de hombres francos que “seguían casi maquinalmente los impulsos súbitos del corazón, las primeras reacciones de la piedad que nos hacen ser generosos y buenos.” De esta forma, el Ingenuo es aceptado rápidamente por el prior de la Montaña, su piadosa hermana y sus compañeros como la viva imagen del candor y el encanto.

La cualidad principal que le define es la libertad de espíritu y de cuerpo: “digo siempre ingenuamente lo que pienso y hago todo lo que quiero.” Es dueño de sus actos, valiente, joven y la mera idea de verse privado de su libertad se le hace insoportable. El Ingenuo representa el concepto de la humanidad ideal.

Voltaire sitúa los primeros capítulos en un lugar concreto, pequeño y arraigado a sus costumbres, en el que la espontaneidad del Ingenuo resulta extremadamente chocante. Tras la primera impresión ante lo extraño -su lengua, su naturalidad-, se produce la primera confrontación con el mundo civilizado. Ante la pregunta de a qué religión pertenece, contesta “Yo soy de mi religión, como vosotros de la vuestra”, respuesta que desata el afán cristianizador de toda la comunidad.

El hurón, libre de prejuicios e independiente, se resiste a una manipulación de su voluntad, no entiende por qué ha de hacerse cristiano. Con la intención de conducirle hacia la verdad religiosa le dan a leer la Biblia donde, para colmo, no encuentra equivalencia entre el significado y el proceder de aquella moral y la de sus nuevos compañeros. Los intentos de confesión, bautizo y boda no traen más que consecuencias absurdas que satirizan la religión, las costumbres y la sociedad del S. XVIII.

El amor hacia la señorita Saint-Yves, puesto que la estructura elemental de este cuento responde a la de la historia de amores impedidos, es lo único que convence al Ingenuo a realizar tales actos, ya que responde a su ley natural. Su actitud positiva e impulsiva le proporciona amigos pero también provoca, por otro lado, desconfianza ante lo desconocido, lo que no le ocurre al protagonista.

Se observa, por tanto, una parte inicial o presentación en la que aparece un personaje extraño en un ambiente tradicional y tranquilo, ocasión que emplea Voltaire para provocar un conflicto entre el estado natural carente de prejuicios y la superstición o sociedad viciada, dando lugar al desarrollo de toda la trama.


La mezcla entre realidad y ficción: la reflexión y lo fantástico

En la introducción se demuestra que, a pesar de las marcadas diferencias, es posible la conciliación entre caracteres o costumbres opuestas. De esta forma, se consigue el objetivo del comienzo de un cuento tradicional: el protagonista se adapta al entorno, encuentra amigos, un amor y también enemigos, como el bailío, que intentará impedir el matrimonio del Ingenuo con la señorita Saint-Yves con la que quiere desposar a su hijo.

Voltaire se basa en una línea argumental principal de la que surgen personajes secundarios, elemento fundamental en el cuento, pero utiliza la historia fantástica para disfrazar la introducción de sus propias ideas. En la primera parte, emplea para este fin personajes satíricos: el bailío desconfiado, el jesuita que explica la Biblia al extranjero, la señorita Kerkabon, solterona y devota; y en la segunda, a través del encarcelamiento del Ingenuo y otros sucesos graves, que dan lugar a numerosas reflexiones como las de su compañero Gordon, el jansenista prisionero. 



Opresión católica que rodea al Edicto de Nantes (1598)
Para aportar mayor realismo a los sucesos fantásticos, el autor salpica constantemente la historia con datos reales de tipo histórico, como las invasiones inglesas, la revocación del Edicto de Nantes, etc. o referencias a filósofos de la época, como Malebranche, Rousseau o Locke.

Esta mezcla de una trama fantástica con datos contextuales precisos, juicios de valor, reflexiones filosóficas y personajes reales, constituye otro rasgo característico del cuento filosófico, la verosimilitud, mediante la cual el lector da crédito a las ideas del autor.


Transformación de personajes

Tras la presentación de personajes y la relación de estos con el protagonista, en todo cuento surge un deseo o un cometido y un problema para realizarlo.

En este caso, el Ingenuo se enamora de la señorita Saint-Yves y deciden casarse. Como esta es su madrina, para los cristianos la idea es inconcebible, circunstancia que no asume el protagonista, por lo que encierran a la señorita en un convento. Al mismo tiempo, y aquí se observa otra característica propia del cuento: la introducción de sucesos casuales que ayudan al desarrollo de la trama, el hurón evita heroicamente la invasión de los ingleses. La admiración que este hecho ha provocado hace que la comunidad le inste a que vaya a Versalles a que el rey le premie. El Ingenuo, sin importarle esto y creyendo que el rey es una especie de Papa que le dará permiso para casarse, emprende el viaje a París para liberar a su amante. El protagonista tiene un cometido pero sus enemigos se interpondrán en su camino para que no lo consiga.

El héroe sufre finalmente una serie de contratiempos o adversidades que le llevan a la cárcel donde conoce a Gordon, el jansenista. Empleando otro recurso usual del cuento, la prisión se convierte en un símbolo de la opresión, del conflicto entre la ley natural y las conveniencias bajo las que han sucumbido ambos personajes. 



Escena de El Ingenuo
 Como se ha comentado anteriormente, Voltaire se vale de aspectos relacionados con la realidad para dar verosimilitud a la historia. Los personajes que sufren una transformación en su carácter también forman parte de esta idea. Las adversidades transforman a los personajes pasando a formar parte de su experiencia, como ocurre en la vida real. Al mismo tiempo constituyen un componente esencial en el desarrollo de la trama de este género. 

En este punto del cuento, Gordon le muestra al Ingenuo el conocimiento humano a través de los libros. El descubrimiento de las ciencias, la filosofía y la literatura suponen un impacto decisivo para el protagonista, que en Huronia vivía como un guerrero y no conocía la conciencia histórica. Por otra parte, la sencillez y la lógica sin prejuicios con las que el hurón contempla estos saberes, abre nuevos campos a la mente de Gordon, contaminada por la moral y las costumbres sociales.

La cárcel, la privación de la libertad y el contacto con un hombre en su misma situación, encerrado por la imposición de una moral y una conducta que no coincide con la impuesta por la sociedad, da pie a un cambio de ritmo en el cuento. Voltaire identifica estas alternancias entre periodos de tensión y distensión con la aparición de sucesos fantásticos o trama de la historia y las conversaciones reflexivas.


Desenlace: de la sátira a la novela sensible 

Después de los capítulos distendidos y reflexivos en la cárcel, se produce la aceleración progresiva de sucesos: la tensión final, que provocará el desenlace del cuento.

Mientras el héroe se encuentra paralizado, la trama se desenvuelve por otro lado a cargo de sus amigos. Por un lado el prior y su hermana van a buscarle a París y la señorita Saint-Yves huye de su boda con el hijo del bailío para salvarle; por otro, sus enemigos, el bailío y su padre, persiguen a la novia para impedírselo.

La cárcel y estos episodios suponen un cambio de tono en la historia. La primera parte es claramente satírica, burlesca y humorística pero estos contratiempos, que en otro cuento se habrían superado, van transformándolo en una novela sensible.

El carácter del hurón cambia irreversiblemente tras el descubrimiento de la realidad de la civilización del que es artífice Gordon. Lo mismo le ocurre a la señorita Saint-Yves, una inocente provinciana que se ve obligada a realizar ciertos favores, muy alejados de su moral, para liberar a su amante.

Ambos se dan cuenta de una realidad que les transforma, suprimiendo su naturalidad. El Ingenuo descubre los efectos que produce la civilización excesiva: la degradación y el vicio de la sociedad, y la señorita Saint-Yves, las conveniencias sociales, la cobardía de una cura jesuita que sólo practica su moral con quien no le trae problemas.

Los favores de la señorita consiguen sacar de la cárcel al hurón y a Gordon, y todos los personajes se reúnen a celebrarlo. Este podría parecer el final justo y feliz de un cuento fantástico con esta temática, pero un conflicto sin resolver da lugar a un segundo desenlace. 



Cabeza de Voltaire esculpida por Sally Fama Cochrane 
Presa de sus remordimientos, la señorita Saint-Yves fallece dejando al Ingenuo sin su recompensa, que hubiera sido el matrimonio con ella. Por tanto, no se produce la victoria del héroe tras las adversidades. Esta muerte conduce a un final dramático que va a constituir la auténtica moraleja, diferenciando el cuento tradicional del cuento filosófico voltairiano. Se puede decir que el hecho de la muerte purifica el entorno. Cada personaje, malo o bueno, acaba comprendiendo su papel y reaccionando con mesura, cada uno recibe un desengaño y una recompensa.

Este final conciliatorio tan diferente a otros cuentos, más ofensivos, de este autor, responde a que pertenece a los últimos momentos de su vida. En estas etapas pretendía, no tanto exaltarse, sino dejar un legado ideológico a las futuras generaciones que no diera lugar a posiciones radicales como, en el caso de la religión, las sectas jansenistas y jesuitas.



Voltaire, exiliado en Suiza por sus continuas provocaciones, se identifica con el Ingenuo, cuya bondad natural e individualismo no son comprendidos. Cambia su posición radical y decide que “sólo se puede combatir escondiéndose tras los arbustos.” Esta idea le hace transformar el cuento fantástico en cuento filosófico, elaborando un género a su medida que se amolda a la búsqueda de la verdad.


Bibliografía
VAN DEN HEUVEL, JACQUES, Voltaire dans ses contes: de “Micromégas á L’Ingenu”, París, Armand Colin, 1982.
AYER, A. J., Voltaire, Barcelona, Crítica, 1988. 

PROPP, VLADIMIR, Morfología del cuento, Madrid, Fundamentos, 2000.
DE AGUIAR E SILVA, VÍTOR MANUEL, Teoría de la literatura, Madrid, Gredos, 2005.

sábado, 4 de febrero de 2012

La civilización dormida. Sobre 'Rojo y Negro' de Henri Beyle, Stendhal

“No olviden nuestros lectores que las novelas son espejos que pasean por la vida pública, que tan pronto reflejan el purísimo azul del cielo como el cieno de los lodazales de la calle. Y si así es, ¿os atreveréis a acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en su canasto? ¡Porque su luna refleja el cieno , os revolvéis contra el espejo! ¡No! ¡A quien debéis acusar es a la calle o al lodazal!, y mejor aún, al inspector de la limpieza que consiente que se forme el lodazal.” STENDHAL.

Pensar es sufrir  


“En el siglo XIX no hay ya pasiones verdaderas, pasiones dignas de este hombre: ahí tiene usted el secreto del hastío que en Francia reina como señor único.” 

“La pequeña ciudad de Verrières puede pasar por una de las mas lindas del Franco Condado. Sus casas, blancas como la nieve y techadas con teja roja, escalan la estribación de una colina, cuyas sinuosidades mas insignificantes dibujan las copas de vigorosos castaños.” Estas son las primeras frases de Rojo y Negro subtitulada por el propio autor como Crónica del siglo XIX. Puede parecer un comienzo ingenuo para un título romántico tan misterioso como pretencioso, aunque la lectura del primer capítulo ya deja entrever que ese es el principal recurso del que se vale su autor, la veracidad a través de la sencillez.

La descripción de una ciudad pequeña de Francia y los conflictos entre sus decorosos habitantes ávidos de poder y coartados por las apariencias, chirrían con la primera aparición de su protagonista, Julien Sorel. No parece ser más que un niño introvertido al que, a causa de sus lecciones de latín con el párroco, le ofrecen un puesto de preceptor en casa del alcalde. Este acontecimiento insignificante supondrá la oportunidad que pueda llevarle a la gloria que cree que le está destinada.

Stendhal se basa para su novela en el Caso Berthet, una crónica negra aparecida en la Gazette des Tribunaux en 1827, tres años antes de su publicación. Antoine Berthet entraba en una iglesia mientras se celebraba la misa y mataba de varios disparos a madame Michoud de cuyos hijos era preceptor. Mientras trabajaba en aquella casa, el romance con la señora fue desvelado a su marido a través de una criada, con lo que Berthet tuvo que ingresar en un seminario para acallar rumores. A su salida, entra de nuevo como preceptor en la casa de la familia del conde de Cordon y se enamora de la joven hija de este. Madame Michoud, despechada y atormentada por sus prejuicios morales, escribe una carta al conde en la que acusa al preceptor de seducir a damas para hacerse con su buena posición. Berthet, furioso, compra dos pistolas y dispara a la que fue su primer amante.

Los diferentes aspectos de la historia se explican a través de la existencia trágica de Julien Sorel, dominado por un destino que si llega a desembocar en algún triunfo será porque a continuación traerá un nuevo y más estrepitoso fracaso.

Se podría decir que Rojo y Negro es una especie de novela-crónica reelaborada: Stendhal era muy aficionado a escribir sus novelas a partir de crónicas o historias reales. Su propósito principal no era el de inventar sino el de crear por tratamiento, es decir, indagar en la psicología de los personajes que componían esas historias ya existentes. La trama queda supeditada a los detalles que suponen el auténtico reflejo de la verdad.

Stendhal considera que la novela es el único género en el que tiene cabida su forma de crear. La multiplicidad de hechos que en esta pueden confluir y la posibilidad de una suma de infinitos detalles, dotan a la obra de una originalidad y un realismo insólitos para su época. 

La importancia de las apariencias
 
“¡Yo que tantas veces me he enorgullecido al ver que no era como los demás campesinos, hoy veo con dolor que la diferencia engendra el odio.”

La descripción de la ciudad de Verrières y su pequeña sociedad, desde la crítica más hiriente, ofrecen ya una visión del tipo de personajes con los que parece que Julien Sorel está abocado a relacionarse.

El sentido del poder y la propiedad, los muros de contención cada vez más altos que levantan los vecinos para proteger lo suyo, son el símbolo de unas relaciones familiares vacías, ocultas por posesiones materiales. Julien sólo posee su intelecto, su voluntad de alzarse desde lo más bajo, circunstancia que provoca que no encaje ni entre la aristocracia ni entre el clero.

En el primer caso, entra como preceptor a casa del alcalde de Verrières donde se le impone que deje de relacionarse con sus parientes por los perjuicios que esto pudiera traer a la nueva familia, de condición más elevada. Desde el principio se siente horrorizado, ajeno a un ambiente en el que tiene como única compañera a Mme. Rênal, “demasiado orgullosa para hablar a nadie de sus pesares” y que a causa de la abundancia de bienes se encuentra sumida en el tedio más absoluto.

En el segundo caso, en el seminario de Besançon, Julien, creyendo estar en el lugar donde desplegar y compartir su conocimiento sobre libros, autores y religión, también se encuentra con el rechazo de toda su congregación, formada en su mayor parte por las clases sociales más bajas de Francia que, más que a vocación religiosa, aspiran a una comida diaria. El joven, considerado superior a ellos, genera constantes envidias y también es reprendido por los rectores por pretender conocimiento, reflejo para ellos de vanidad.

De Besançon, Julien viaja a París donde se da cuenta que los ricos de Verrières quedan muy por debajo de la clase alta parisina. Los modales y el savoir être aprendidos en el pasado no sirven de nada en el lugar donde las apariencias son la base de la sociedad. Antes se sorprendían por sus formas, en París lo correcto es ignorar la “pequeñez de espíritu propia de los rústicos.”

“Hay en París personas que trabajan, no lo dudo”-comenta el marqués de la Mole, su superior-“pero las que trabajan viven en los quintos pisos.” Julien se rodea de un mundo de salones donde sólo se triunfa a través del uso del lenguaje a la moda, la frase feliz y la cortesía, es decir, un código dudoso y escrupuloso cuyo desconocimiento le lleva automáticamente a ser tildado de rústico.

El protagonista desentona en todos los entornos por su individualismo. La veneración secreta que le profesa a su héroe Napoleón, ya en tiempos de monarquía, no hace sino alimentar su odio por el servilismo y la pompa de la nobleza haciendo parecer altivo al resto de la gente. El fuerte carácter de Julien impide muchas veces la represión de sus sentimientos llevándole a ataques de cólera que contrastan brutalmente con el decoro del S.XIX, por lo que acaba siendo aborrecido por todo tipo de sociedades. 

La hipocresía construye el destino
 
“¿Quién habría sido capaz de sospechar que aquella carita de niña tan pálida y tan dulce, era mascarilla encubridora de la resolución inquebrantable, de conquistar fortuna y gloria, aun cuando en la empresa arriesgara una y mil veces la vida?”

Escribe Pilar Gómez Védate en su libro Conocer Stendhal y su obra: “En el proceso Berthet, Stendhal vio la derrota de un hombre pobre e inteligente cuyo pecado fue querer ascender en una sociedad como la borbónica, de nuevo cuño, cerrada a los valores nuevos y decidida a impedir su triunfo.” Efectivamente, J. Sorel está dispuesto a tragarse sus sentimientos para conseguir la gloria y la riqueza que merece.

Se encuentra en un momento social en el que quien nace pobre, muere pobre, así que se aferra a cualquier ocasión que se le presenta para cambiar su suerte. Su máxima aspiración es emprender la carrera militar para convertirse en la imagen de Napoleón, símbolo de los objetivos conseguidos a través de la voluntad. Pero la ascensión hacia altos cargos militares es larga y penosa, por lo que decide comenzar estudios religiosos desde donde puede tener acceso al conocimiento, pero sobretodo al poder que puede permitirle adquirir un puesto futuro en el ejército.

Sus deseos implican pasar por alto ciertas cosas. Julien, hombre que sólo confía en aquello que pueda realizar por sus propios méritos, es ateo y, lo que es más, antirreligioso, con lo que su relación con la Iglesia es fatal. Por otra parte odia el amaneramiento de la nobleza, entorno donde siempre será visto como un campesino. Su voluntad firme de ascenso en la escala social para llevar a cabo sus propósitos, traduce estas situaciones en hipocresía.

Julien acepta ser pisoteado por M. Rênal, ser considerado como un objeto, aprende a vestir y a hablar como se hace en los salones de París, llega a convertirse en un dandy e incluso entra a la iglesia a rezar y a confesarse al comienzo de la novela. Se rebaja, se construye un carácter a ojos de los demás para ser aceptado y conseguir sus objetivos. A raíz de los fracasos ocasionados cuando saca a relucir su rebeldía de carácter, se da cuenta de que sus emociones ofenden y desconciertan a la gente: los hombres de corazón no tienen cabida en la monarquía post-revolucionaria. Los sentimientos deben ocultarse tras una cara neutra.

La hipocresía le lleva a codearse con un tipo de personas que no hubiera imaginado, modificando muchas veces su percepción sobre ellas, como en el caso de Mme. Rênal.

Aún con todo, su fuerte personalidad se deja translucir. “Tu carrera será penosa. Observo en ti algo que ofende al vulgo, y ese algo será motivo de que te persiga la envidia y la calumnia”, le dice el rector del seminario. Parece que a pesar del velo de la hipocresía, Julien no consigue engañar a nadie y el destino le persigue atormentándolo a cada paso. Se convierte pues en un héroe sombrío romántico, el que sólo es héroe para sí mismo.

El amante y los correos
 
“...la posición de Julien con respecto a Mme. Rênal se habría simplificado muy pronto, porque en París el amor es hijo natural de la novela: el joven preceptor y su tímida señora habrían hallado en cualquier comedia, y hasta en los couplets del Gimnasio, la luz suficientemente clara para determinar su situación respectiva.”

El amor, que es lo único que consigue sin proponérselo, también se vuelve contra él. J. Sorel está predestinado a enamorarse de la mujer prohibida. Su trayectoria en el amor es bastante chocante.

El protagonista, al principio de la novela un joven de dieciocho años, es maltratado desde su nacimiento por un padre y unos hermanos rústicos que no hacen sino sobrevivir y que no comprenden su afición al estudio. Escribe Stendhal sobre monsieur Sorel: “su manía literaria le era odiosa: él no sabía leer.” No resulta extraño que cuando siente que Mme. Rênal se está enamorando de él, Julien no se imagine qué ocurre y lo identifique con una burla de la señora. El sentimiento de atracción se acaba haciendo insoportable haciendo pensar al joven que es “deber ineludible suyo conseguir que aquella mano no se retirase cuando sintiera el contacto con la suya.” Esta es la forma en que el protagonista traduce sus impulsos ante emociones contradictorias, como un deber que obedece a su condición de hombre. Poco a poco, deber a deber, se va sumiendo en un amor hipócrita que consiste en el mero hecho de enamorar a alguien superior a él como una escala más en la consecución de su objetivo.

Este romance se contrapone con el que tiene más adelante con Mathilde de la Mole. A diferencia de Mme. Rênal, madura y remilgada, mademoiselle de la Mole es una niña aburrida empeñada en convertir su tedio de salones y críticas en una vida ficticia como la que tuvieron sus antepasados nobles y guerreros. Su relación con Julien es un tira y afloja en el que ella sólo siente amor cuando siente emoción y siente emoción cuando es rechazada por él, herido en lo más profundo de su orgullo por los desvaríos y la artificialidad. “¡Qué diferencia, Santo Dios, entre esta noche y la última que pasé en Verriéres!”-exclama en el primer encuentro con la señorita-“En París han encontrado hasta el secreto de amargar el amor!”

Los papeles se invierten siendo Mathilde la que cumple un deber y Julien el enamorado. Las vejaciones de ella y la pasión de él les llevan a situaciones límite que hacen las delicias de la hija del marqués para la que estar “a punto de morir a manos de su amante” la transporta “a los hermosos tiempos del siglo de Carlos IX y Enrique III.”

Las cartas constituyen un elemento crucial en el desarrollo de estos amores clandestinos. Comienzan relaciones, como en el caso de la declaración de Mathilde al protagonista, algo insólito en una mujer de su época, y dan lugar a numerosas escenas nocturnas de balcón.

Como no podía ser de otra manera, son también las cartas las que cambian el rumbo del destino de Julien. Es una carta enviada por la criada despechada criada de Mme. Rênal, cuya mano había rechazado él, la que deshace su romance y le obliga a ingresar en el seminario. También Mme. Rênal envía otra carta al marqués de la Mole provocando el fin de la relación entre los dos jóvenes y su propio intento de asesinato de la primera.
El descubrimiento de un amor clandestino traía como consecuencia la muerte. Las cartas informan e influyen de forma decisiva en el futuro de quienes se ven involucrados en ellas, como en el caso de las peticiones de indulto a Julien por parte de las damas.

En cualquier caso, J. Sorel también es un juguete del destino a causa del amor. Bien fuera por un crudo y repentino remordimiento en el caso de Mme. Rênal, que cree que la enfermedad de su hijo es un castigo divino, o por arrepentimiento en el de Mathilde, que lamenta haber manchado el nombre de su familia por amar a un lacayo, se puede decir que el amor fallido es el principal conductor del protagonista hacia la misma muerte a lo largo de la trama de la novela.
 
El amor y la muerte o el rojo y el negro
 
“A ojos de la comunidad, adolecía del efecto gravísimo de pensar y de juzgar por sí mismo, cuando debiera rendirse ciegamente a la autoridad y al ejemplo.”

¿Qué es lo que lleva a Julien Sorel a disparar a la única persona a la que quiere en una iglesia? En primer lugar, Stendhal, al comienzo de la novela emplea un importante recurso romántico: el presagio. Al entrar Julien en una iglesia a rezar antes de ir a casa de la familia Rênal, se encuentra en un banco un anuncio de ejecución. Tras leerlo exclama: ”¡Quién ha podido colocar aquí este papel! ¡Pobre mortal!....¡su apellido termina como el mío!” El autor hila de esta manera el principio de la vida del protagonista con su muerte inevitable al final de la novela del mismo modo que decía la nota.

El recorrido del personaje de fuerte carácter y además inferior al resto, sean de clase alta o baja, esta marcado definitivamente por un leit motiv: el destino. Esta estructura temporal constituye una verdadera innovación que da lugar a la novela moderna.

El amor, tras muchos contratiempos, parece ser lo único verdadero que existe en la vida de Julien, en lo que finalmente no tiene que ser hipócrita y en lo que puede confiar. Stendhal emplea la sorpresa para llevar a término este tema retomando personajes que habían quedado en el pasado pero que son decisivos en el destino del protagonista. Elisa, la criada, es la que desvela su romance con Mme. Rênal y esta, símbolo de equilibrio y amor puro, es la que desencadena su condena a muerte.

Es comprensible que Julien Sorel, víctima icónica del mal du siècle, que ha consagrado su vida a guardar en lo más profundo de su alma una personalidad abrumadora y que aboga por la libertad individual en un entorno de valores decadentes, no pueda soportar ver una vez más su orgullo herido por la única persona a la que aprecia.

La fuerza del destino es crucial hasta cuando ya está en prisión condenado a muerte. Aún cuando su decapitación va a constituir un símbolo y por fin puede ser dueño de sus acto, se tiene que enfrentar con lo que más odia. “La desgracia mayor del prisionero, consiste en no ser dueño de cerrar la puerta.”, dice con respecto a los tormentos que le producen las visitas que recibe en la cárcel. El cura pretende hacerle admitir su culpa y que se arrepienta, Matilde entra en cólera por sus celos hacia Mme. Rênal y su padre le reclama la herencia. Julien se da cuenta de que no debe sacrificar su individualismo por ningún objetivo, puesto que debe disfrutar de quien sepa disfrutar de él.

En su libro Dibujando la tormenta, Pedro Sorela escribe sobre Stendhal: “Escribió crítica, viajes, periodismo, historia, biografía autobiografía..., sin embargo con él es preciso no fiarse jamás de la etiqueta, el género: ni siquiera cuando plagia es puro.” La novela híbrida constituye el único género en el que tiene cabida la temática individualista y existencialista stendhaliana y por eso Rojo y negro se considera el germen de la novela moderna convirtiéndose en una importante referencia para escritores posteriores como Kafka o Camus.