sábado, 4 de febrero de 2012

La civilización dormida. Sobre 'Rojo y Negro' de Henri Beyle, Stendhal

“No olviden nuestros lectores que las novelas son espejos que pasean por la vida pública, que tan pronto reflejan el purísimo azul del cielo como el cieno de los lodazales de la calle. Y si así es, ¿os atreveréis a acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en su canasto? ¡Porque su luna refleja el cieno , os revolvéis contra el espejo! ¡No! ¡A quien debéis acusar es a la calle o al lodazal!, y mejor aún, al inspector de la limpieza que consiente que se forme el lodazal.” STENDHAL.

Pensar es sufrir  


“En el siglo XIX no hay ya pasiones verdaderas, pasiones dignas de este hombre: ahí tiene usted el secreto del hastío que en Francia reina como señor único.” 

“La pequeña ciudad de Verrières puede pasar por una de las mas lindas del Franco Condado. Sus casas, blancas como la nieve y techadas con teja roja, escalan la estribación de una colina, cuyas sinuosidades mas insignificantes dibujan las copas de vigorosos castaños.” Estas son las primeras frases de Rojo y Negro subtitulada por el propio autor como Crónica del siglo XIX. Puede parecer un comienzo ingenuo para un título romántico tan misterioso como pretencioso, aunque la lectura del primer capítulo ya deja entrever que ese es el principal recurso del que se vale su autor, la veracidad a través de la sencillez.

La descripción de una ciudad pequeña de Francia y los conflictos entre sus decorosos habitantes ávidos de poder y coartados por las apariencias, chirrían con la primera aparición de su protagonista, Julien Sorel. No parece ser más que un niño introvertido al que, a causa de sus lecciones de latín con el párroco, le ofrecen un puesto de preceptor en casa del alcalde. Este acontecimiento insignificante supondrá la oportunidad que pueda llevarle a la gloria que cree que le está destinada.

Stendhal se basa para su novela en el Caso Berthet, una crónica negra aparecida en la Gazette des Tribunaux en 1827, tres años antes de su publicación. Antoine Berthet entraba en una iglesia mientras se celebraba la misa y mataba de varios disparos a madame Michoud de cuyos hijos era preceptor. Mientras trabajaba en aquella casa, el romance con la señora fue desvelado a su marido a través de una criada, con lo que Berthet tuvo que ingresar en un seminario para acallar rumores. A su salida, entra de nuevo como preceptor en la casa de la familia del conde de Cordon y se enamora de la joven hija de este. Madame Michoud, despechada y atormentada por sus prejuicios morales, escribe una carta al conde en la que acusa al preceptor de seducir a damas para hacerse con su buena posición. Berthet, furioso, compra dos pistolas y dispara a la que fue su primer amante.

Los diferentes aspectos de la historia se explican a través de la existencia trágica de Julien Sorel, dominado por un destino que si llega a desembocar en algún triunfo será porque a continuación traerá un nuevo y más estrepitoso fracaso.

Se podría decir que Rojo y Negro es una especie de novela-crónica reelaborada: Stendhal era muy aficionado a escribir sus novelas a partir de crónicas o historias reales. Su propósito principal no era el de inventar sino el de crear por tratamiento, es decir, indagar en la psicología de los personajes que componían esas historias ya existentes. La trama queda supeditada a los detalles que suponen el auténtico reflejo de la verdad.

Stendhal considera que la novela es el único género en el que tiene cabida su forma de crear. La multiplicidad de hechos que en esta pueden confluir y la posibilidad de una suma de infinitos detalles, dotan a la obra de una originalidad y un realismo insólitos para su época. 

La importancia de las apariencias
 
“¡Yo que tantas veces me he enorgullecido al ver que no era como los demás campesinos, hoy veo con dolor que la diferencia engendra el odio.”

La descripción de la ciudad de Verrières y su pequeña sociedad, desde la crítica más hiriente, ofrecen ya una visión del tipo de personajes con los que parece que Julien Sorel está abocado a relacionarse.

El sentido del poder y la propiedad, los muros de contención cada vez más altos que levantan los vecinos para proteger lo suyo, son el símbolo de unas relaciones familiares vacías, ocultas por posesiones materiales. Julien sólo posee su intelecto, su voluntad de alzarse desde lo más bajo, circunstancia que provoca que no encaje ni entre la aristocracia ni entre el clero.

En el primer caso, entra como preceptor a casa del alcalde de Verrières donde se le impone que deje de relacionarse con sus parientes por los perjuicios que esto pudiera traer a la nueva familia, de condición más elevada. Desde el principio se siente horrorizado, ajeno a un ambiente en el que tiene como única compañera a Mme. Rênal, “demasiado orgullosa para hablar a nadie de sus pesares” y que a causa de la abundancia de bienes se encuentra sumida en el tedio más absoluto.

En el segundo caso, en el seminario de Besançon, Julien, creyendo estar en el lugar donde desplegar y compartir su conocimiento sobre libros, autores y religión, también se encuentra con el rechazo de toda su congregación, formada en su mayor parte por las clases sociales más bajas de Francia que, más que a vocación religiosa, aspiran a una comida diaria. El joven, considerado superior a ellos, genera constantes envidias y también es reprendido por los rectores por pretender conocimiento, reflejo para ellos de vanidad.

De Besançon, Julien viaja a París donde se da cuenta que los ricos de Verrières quedan muy por debajo de la clase alta parisina. Los modales y el savoir être aprendidos en el pasado no sirven de nada en el lugar donde las apariencias son la base de la sociedad. Antes se sorprendían por sus formas, en París lo correcto es ignorar la “pequeñez de espíritu propia de los rústicos.”

“Hay en París personas que trabajan, no lo dudo”-comenta el marqués de la Mole, su superior-“pero las que trabajan viven en los quintos pisos.” Julien se rodea de un mundo de salones donde sólo se triunfa a través del uso del lenguaje a la moda, la frase feliz y la cortesía, es decir, un código dudoso y escrupuloso cuyo desconocimiento le lleva automáticamente a ser tildado de rústico.

El protagonista desentona en todos los entornos por su individualismo. La veneración secreta que le profesa a su héroe Napoleón, ya en tiempos de monarquía, no hace sino alimentar su odio por el servilismo y la pompa de la nobleza haciendo parecer altivo al resto de la gente. El fuerte carácter de Julien impide muchas veces la represión de sus sentimientos llevándole a ataques de cólera que contrastan brutalmente con el decoro del S.XIX, por lo que acaba siendo aborrecido por todo tipo de sociedades. 

La hipocresía construye el destino
 
“¿Quién habría sido capaz de sospechar que aquella carita de niña tan pálida y tan dulce, era mascarilla encubridora de la resolución inquebrantable, de conquistar fortuna y gloria, aun cuando en la empresa arriesgara una y mil veces la vida?”

Escribe Pilar Gómez Védate en su libro Conocer Stendhal y su obra: “En el proceso Berthet, Stendhal vio la derrota de un hombre pobre e inteligente cuyo pecado fue querer ascender en una sociedad como la borbónica, de nuevo cuño, cerrada a los valores nuevos y decidida a impedir su triunfo.” Efectivamente, J. Sorel está dispuesto a tragarse sus sentimientos para conseguir la gloria y la riqueza que merece.

Se encuentra en un momento social en el que quien nace pobre, muere pobre, así que se aferra a cualquier ocasión que se le presenta para cambiar su suerte. Su máxima aspiración es emprender la carrera militar para convertirse en la imagen de Napoleón, símbolo de los objetivos conseguidos a través de la voluntad. Pero la ascensión hacia altos cargos militares es larga y penosa, por lo que decide comenzar estudios religiosos desde donde puede tener acceso al conocimiento, pero sobretodo al poder que puede permitirle adquirir un puesto futuro en el ejército.

Sus deseos implican pasar por alto ciertas cosas. Julien, hombre que sólo confía en aquello que pueda realizar por sus propios méritos, es ateo y, lo que es más, antirreligioso, con lo que su relación con la Iglesia es fatal. Por otra parte odia el amaneramiento de la nobleza, entorno donde siempre será visto como un campesino. Su voluntad firme de ascenso en la escala social para llevar a cabo sus propósitos, traduce estas situaciones en hipocresía.

Julien acepta ser pisoteado por M. Rênal, ser considerado como un objeto, aprende a vestir y a hablar como se hace en los salones de París, llega a convertirse en un dandy e incluso entra a la iglesia a rezar y a confesarse al comienzo de la novela. Se rebaja, se construye un carácter a ojos de los demás para ser aceptado y conseguir sus objetivos. A raíz de los fracasos ocasionados cuando saca a relucir su rebeldía de carácter, se da cuenta de que sus emociones ofenden y desconciertan a la gente: los hombres de corazón no tienen cabida en la monarquía post-revolucionaria. Los sentimientos deben ocultarse tras una cara neutra.

La hipocresía le lleva a codearse con un tipo de personas que no hubiera imaginado, modificando muchas veces su percepción sobre ellas, como en el caso de Mme. Rênal.

Aún con todo, su fuerte personalidad se deja translucir. “Tu carrera será penosa. Observo en ti algo que ofende al vulgo, y ese algo será motivo de que te persiga la envidia y la calumnia”, le dice el rector del seminario. Parece que a pesar del velo de la hipocresía, Julien no consigue engañar a nadie y el destino le persigue atormentándolo a cada paso. Se convierte pues en un héroe sombrío romántico, el que sólo es héroe para sí mismo.

El amante y los correos
 
“...la posición de Julien con respecto a Mme. Rênal se habría simplificado muy pronto, porque en París el amor es hijo natural de la novela: el joven preceptor y su tímida señora habrían hallado en cualquier comedia, y hasta en los couplets del Gimnasio, la luz suficientemente clara para determinar su situación respectiva.”

El amor, que es lo único que consigue sin proponérselo, también se vuelve contra él. J. Sorel está predestinado a enamorarse de la mujer prohibida. Su trayectoria en el amor es bastante chocante.

El protagonista, al principio de la novela un joven de dieciocho años, es maltratado desde su nacimiento por un padre y unos hermanos rústicos que no hacen sino sobrevivir y que no comprenden su afición al estudio. Escribe Stendhal sobre monsieur Sorel: “su manía literaria le era odiosa: él no sabía leer.” No resulta extraño que cuando siente que Mme. Rênal se está enamorando de él, Julien no se imagine qué ocurre y lo identifique con una burla de la señora. El sentimiento de atracción se acaba haciendo insoportable haciendo pensar al joven que es “deber ineludible suyo conseguir que aquella mano no se retirase cuando sintiera el contacto con la suya.” Esta es la forma en que el protagonista traduce sus impulsos ante emociones contradictorias, como un deber que obedece a su condición de hombre. Poco a poco, deber a deber, se va sumiendo en un amor hipócrita que consiste en el mero hecho de enamorar a alguien superior a él como una escala más en la consecución de su objetivo.

Este romance se contrapone con el que tiene más adelante con Mathilde de la Mole. A diferencia de Mme. Rênal, madura y remilgada, mademoiselle de la Mole es una niña aburrida empeñada en convertir su tedio de salones y críticas en una vida ficticia como la que tuvieron sus antepasados nobles y guerreros. Su relación con Julien es un tira y afloja en el que ella sólo siente amor cuando siente emoción y siente emoción cuando es rechazada por él, herido en lo más profundo de su orgullo por los desvaríos y la artificialidad. “¡Qué diferencia, Santo Dios, entre esta noche y la última que pasé en Verriéres!”-exclama en el primer encuentro con la señorita-“En París han encontrado hasta el secreto de amargar el amor!”

Los papeles se invierten siendo Mathilde la que cumple un deber y Julien el enamorado. Las vejaciones de ella y la pasión de él les llevan a situaciones límite que hacen las delicias de la hija del marqués para la que estar “a punto de morir a manos de su amante” la transporta “a los hermosos tiempos del siglo de Carlos IX y Enrique III.”

Las cartas constituyen un elemento crucial en el desarrollo de estos amores clandestinos. Comienzan relaciones, como en el caso de la declaración de Mathilde al protagonista, algo insólito en una mujer de su época, y dan lugar a numerosas escenas nocturnas de balcón.

Como no podía ser de otra manera, son también las cartas las que cambian el rumbo del destino de Julien. Es una carta enviada por la criada despechada criada de Mme. Rênal, cuya mano había rechazado él, la que deshace su romance y le obliga a ingresar en el seminario. También Mme. Rênal envía otra carta al marqués de la Mole provocando el fin de la relación entre los dos jóvenes y su propio intento de asesinato de la primera.
El descubrimiento de un amor clandestino traía como consecuencia la muerte. Las cartas informan e influyen de forma decisiva en el futuro de quienes se ven involucrados en ellas, como en el caso de las peticiones de indulto a Julien por parte de las damas.

En cualquier caso, J. Sorel también es un juguete del destino a causa del amor. Bien fuera por un crudo y repentino remordimiento en el caso de Mme. Rênal, que cree que la enfermedad de su hijo es un castigo divino, o por arrepentimiento en el de Mathilde, que lamenta haber manchado el nombre de su familia por amar a un lacayo, se puede decir que el amor fallido es el principal conductor del protagonista hacia la misma muerte a lo largo de la trama de la novela.
 
El amor y la muerte o el rojo y el negro
 
“A ojos de la comunidad, adolecía del efecto gravísimo de pensar y de juzgar por sí mismo, cuando debiera rendirse ciegamente a la autoridad y al ejemplo.”

¿Qué es lo que lleva a Julien Sorel a disparar a la única persona a la que quiere en una iglesia? En primer lugar, Stendhal, al comienzo de la novela emplea un importante recurso romántico: el presagio. Al entrar Julien en una iglesia a rezar antes de ir a casa de la familia Rênal, se encuentra en un banco un anuncio de ejecución. Tras leerlo exclama: ”¡Quién ha podido colocar aquí este papel! ¡Pobre mortal!....¡su apellido termina como el mío!” El autor hila de esta manera el principio de la vida del protagonista con su muerte inevitable al final de la novela del mismo modo que decía la nota.

El recorrido del personaje de fuerte carácter y además inferior al resto, sean de clase alta o baja, esta marcado definitivamente por un leit motiv: el destino. Esta estructura temporal constituye una verdadera innovación que da lugar a la novela moderna.

El amor, tras muchos contratiempos, parece ser lo único verdadero que existe en la vida de Julien, en lo que finalmente no tiene que ser hipócrita y en lo que puede confiar. Stendhal emplea la sorpresa para llevar a término este tema retomando personajes que habían quedado en el pasado pero que son decisivos en el destino del protagonista. Elisa, la criada, es la que desvela su romance con Mme. Rênal y esta, símbolo de equilibrio y amor puro, es la que desencadena su condena a muerte.

Es comprensible que Julien Sorel, víctima icónica del mal du siècle, que ha consagrado su vida a guardar en lo más profundo de su alma una personalidad abrumadora y que aboga por la libertad individual en un entorno de valores decadentes, no pueda soportar ver una vez más su orgullo herido por la única persona a la que aprecia.

La fuerza del destino es crucial hasta cuando ya está en prisión condenado a muerte. Aún cuando su decapitación va a constituir un símbolo y por fin puede ser dueño de sus acto, se tiene que enfrentar con lo que más odia. “La desgracia mayor del prisionero, consiste en no ser dueño de cerrar la puerta.”, dice con respecto a los tormentos que le producen las visitas que recibe en la cárcel. El cura pretende hacerle admitir su culpa y que se arrepienta, Matilde entra en cólera por sus celos hacia Mme. Rênal y su padre le reclama la herencia. Julien se da cuenta de que no debe sacrificar su individualismo por ningún objetivo, puesto que debe disfrutar de quien sepa disfrutar de él.

En su libro Dibujando la tormenta, Pedro Sorela escribe sobre Stendhal: “Escribió crítica, viajes, periodismo, historia, biografía autobiografía..., sin embargo con él es preciso no fiarse jamás de la etiqueta, el género: ni siquiera cuando plagia es puro.” La novela híbrida constituye el único género en el que tiene cabida la temática individualista y existencialista stendhaliana y por eso Rojo y negro se considera el germen de la novela moderna convirtiéndose en una importante referencia para escritores posteriores como Kafka o Camus.

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